Este texto fue uno de los tres que se presentaron para abrir un debate sobre la situación internacional en la reunión del Comité Internacional de febrero de 2022 y que acordamos que, en conjunto, constituirían la base de nuestro desarrollo futuro.1 Esto fue sólo horas antes de que Rusia invadiera Ucrania. También nos remitimos a la declaración del 1 de marzo de 2022, adoptada después de este ataque, por el buró de la Cuarta Internacional.
Esta agresión imperialista demuestra que la situación geopolítica mundial es muy volátil, lo que hemos analizado en este texto. La prioridad estratégica de Joe Biden era China y la región del Indo-Pacífico. Ahora se ve obligado a centrarse en Rusia y Europa. En cualquier caso, se confirma la centralidad de Eurasia en las principales relaciones y disputas de poder.
El debate en el CI subrayó la necesidad de seguir reflexionando sobre (a) la articulación entre las crisis económico-social y geopolítica (además de la crisis ecológica), especialmente tras la decisiva crisis económico-financiera de 2007-2008; (b) si, desde la pandemia, esta combinación de crisis sin precedentes ha abierto un nuevo momento, aunque defensivo, en la situación global; (c) la absorción por parte del CI de la idea de la crisis de la reproducción social, de los cuidados (de ahí la importancia que hay que dar a los temas de los cuidados sociales en nuestro programa).
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La derrota internacional de los movimientos revolucionarios en todos los grandes sectores geopolíticos importantes, en la década de los 80, preparó el camino para la contrarrevolución neoliberal, la globalización capitalista y la financiarización de la economía, la reintegración de China y Rusia en el mercado mundial, iniciando una nueva fase de expansión del capital.
Desde el triunfo de la globalización, el sistema fue sacudido por una sucesión de trastornos financieros, que culminaron en la gran crisis de las hipotecas de alto riesgo de 2007-2009, cuyas consecuencias aún se dejan sentir. El impacto económico y social de estas crisis, y en particular de la última, ha sido considerable, contribuyendo en particular a una redistribución internacional del capital a expensas de los países más afectados (compra de empresas a precios de derribo) y al empobrecimiento brutal de las capas sociales. En más de un país, las clases medias arruinadas han caído en la reacción.
Con el telón de fondo de las crisis pandémicas (Covid-19), climáticas y, en general, ecológicas, el período triunfante de la globalización capitalista ha dado paso a una fase de globalización conflictiva, cargada de contradicciones. Un arco de viejas crisis (deuda, gobernanza internacional, etc.) se entrelaza ahora de forma especialmente dinámica y explosiva, abriendo una crisis global y multidimensional y dando un nuevo curso a la lucha geopolítica por la hegemonía entre Estados Unidos y China.
El gran capital imperialista (Occidente, Japón) estaba convencido de que podía subordinar a Rusia y China (convertida en el taller del mundo), y podría haber sido así. No previó que las nuevas clases burguesas de China, en particular, serían capaces de aprovechar el legado de la revolución (a partir de la independencia) para utilizar la libre circulación de mercancías y capitales en el mercado mundial en su beneficio. Aunque la formación social de China tiene rasgos de subordinación, el país se ha convertido en la segunda potencia mundial, cambiando las relaciones geopolíticas. Rusia, por su parte, reafirma su intención de mantener su zona de influencia en torno a lo que fue el imperio zarista y la Unión Soviética.
El marco general de análisis desarrollado por la Cuarta Internacional desde el último Congreso Mundial sigue siendo válido, pero la situación está cambiando rápidamente. Hay que medir bien la aceleración de la crisis mundial abierta por el capitalismo, cuestión que irriga los tres textos que se debaten en el CEI.
1. Profundización, agravamiento de la dinámica anterior
Tras 40 años de globalización neoliberal bajo la égida de Estados Unidos, las cadenas financieras, de producción y de servicios están internacionalizadas. La "lógica" del capital globalizado exige libertad de especulación e inversión sin fronteras. Pero esa lógica contradice la "lógica" de los Estados que no sólo restringen la libre circulación de los trabajadores, sino que se oponen entre sí en nombre de intereses geoestratégicos. Los conflictos entre potencias conducen a la división en "campos" de un mundo marcado por un grado muy alto de interdependencia económica. Eses conflictos interfieren cada vez más negativamente en el "buen funcionamiento" del sistema económico capitalista (desarrollo de tecnologías competitivas e incompatibles...). Entre los últimos ejemplos: Washington está imponiendo controles más estrictos en Estados Unidos (incluida la auditoría) a las entidades extranjeras que cotizan en Wall Street y, en respuesta, en nombre de la soberanía nacional, Pekín está empezando a imponer a algunas de las empresas chinas afectadas por esta amenaza su "repatriación" a Hong Kong, lo que podría llevar a un "desacoplamiento financiero" internacional, junto con un "desacoplamiento tecnológico" parcial...
Al mismo tiempo, se propaga cada vez más la idea de una "nueva guerra fría" entre una alianza occidental (entendida en su sentido político: incluyendo a Japón, Corea del Sur, Australia...) y China (con o sin Rusia). En la época de los "bloques del Este y del Oeste", la fórmula de la Guerra Fría ya era inadecuada, pues era sintomáticamente eurocéntrica: la guerra en Asia estaba muy caliente, sólo hay que recordar la escalada estadounidense en Vietnam. En este punto, la analogía con la situación de posguerra es engañosa, porque la situación mundial es profundamente diferente, con China y Rusia integradas en el mismo mercado mundial que Estados Unidos o la UE. La globalización capitalista es un hecho esencial.
En el ámbito militar, han surgido dos puntos calientes: Taiwán entre Estados Unidos y China; Ucrania y el Mar Negro entre Rusia y Occidente. De manera más general, la carrera armamentística está entrando en una nueva etapa, que podría ver el desarrollo de armas (hipersónicas, etc.) que perturbarían los sistemas de misiles y los escudos antimisiles. La "miniaturización" de las armas nucleares pretende hacer políticamente aceptable su uso en un teatro de operaciones. Las atribuciones de las grandes potencias son cada vez más complejas. Las Marinas, con sus armadas de portaaviones y su flotas de submarinos, deben complementarse ahora con la búsqueda de la hegemonía en el espacio, así como en la inteligencia artificial (que permite en particular la manipulación de la información y las comunicaciones).
2. Una situación sin precedentes
Por lo tanto, para responder políticamente a los desafíos actuales, debemos partir de la existencia de una convergencia o articulación de crisis, en un momento de bifurcación de la historia que constituye un gran desafío para todos los actores políticos.
• La crisis ecológica mundial, cuyos efectos ya son padecidos por la población y cuya realidad se hace perceptible, provoca la toma de conciencia y el desarrollo de nuevos movimientos de resistencia. Se trata por supuesto el calentamiento global, pero también el colapso de la biodiversidad, la erosión del suelo, el agotamiento de los recursos de agua potable, etc.
• La crisis de la globalización capitalista, que no se manifiesta por una desglobalización ordenada, sino por contracciones crecientes dentro de un orden neoliberal dominante que no es cuestionado en lo fundamental, aunque exprese los desórdenes generados por el modo de regulación capitalista neoliberal que comenzó a imponerse hace unos cincuenta años.
• La crisis de la gobernanza capitalista internacional ("multilateralismo"), que Donald Trump desencadenó, pero que la elección de Joe Biden no logra superar. Expresa una fractura en el proyecto político estratégico burgués, que viene desde principios de siglo, pero que se ha agravado en los últimos 15 años, entre los sectores que apuestan por el viejo neoliberalismo democrático cosmopolita y los que, ante la pérdida de legitimidad de las "democracias" en el mundo, apuestan por vías postfascistas (nacionalistas, xenófobas, racistas, oscurantistas), de las que son ejemplo Trump, Bolsonaro, Duterte, Modi, Erdogan y tantos movimientos en Oriente y Occidente, en el Norte y en el Sur.
• La crisis sanitaria provocada por las particularidades de la pandemia de Covid-19. A diferencia de las anteriores epidemias de coronavirus, ésta ha adquirido una verdadera dimensión mundial y ha durado mucho tiempo, debido sobre todo a que el Sars-Cov-2 tiene una capacidad de mutación mucho mayor de lo que se esperaba inicialmente y a la intensidad del comercio en el contexto de la globalización. Ya habíamos entrado en un nuevo periodo de epidemias repetidas, ¡y ahora sabemos hasta qué punto se trata de un asunto central a escala internacional! La magnitud de la actual pandemia no tiene precedentes desde la Primera Guerra Mundial (con la llamada gripe española).
• La crisis social alimentada por las políticas neoliberales y la magnitud del endeudamiento público y privado está llevando a procesos de precarización general de sectores sociales enteros y a la ruptura del tejido social en diversas partes del mundo. Exacerbadas por el grado de enriquecimiento de los más ricos, por las epidemias y las pandemias, las desigualdades crecen exponencialmente tanto a nivel internacional entre las distintas regiones como a nivel nacional, dentro de la mayoría de los países.
• La crisis democrática, con la tendencia a ataques generalizados a las libertades democráticas o a los derechos de las personas y de los sectores sociales populares, la radicalización de los regímenes autoritarios y el auge de las corrientes de extrema derecha y neofascistas de diversa índole (incluidas las referencias religiosas, y esto en todas las religiones de extensión internacional).
• La crisis de la ciudadanía con la acentuación de la opresión de clase, de género y de "raza", el cuestionamiento del derecho al voto para todos en un número creciente de países y la pérdida de sustancia de la "democracia burguesa" de antaño en Occidente.
Estas crisis se combinan y retroalimentan entre sí, provocando múltiples resistencias sociales, a veces masivas, incluso con importantes repercusiones políticas (véase la elección presidencial en Chile), pero que tienen dificultades para sostenerse y coordinarse.
3. Conflictos inter-imperialistas de grandes potencias
La situación política internacional está dominada por el conflicto Washington-Pekín: la potencia establecida (EE.UU.) se enfrenta a la expansión de la potencia emergente (China), y Rusia trata de reforzar su posición en este contexto. Sería aventurero pretender predecir el futuro de estos conflictos, que dependerá, sobre todo, de la evolución de la situación interna de estos países.
Joe Biden ha conseguido hacer lo que quería Obama y no pudo: redistribuir la presencia de Estados Unidos en el Océano Pacífico, mientras se apoya en las potencias regionales de Oriente Medio (Israel, Arabia Saudí, Egipto...) para defender sus intereses en esta parte del mundo. Frente a China, quiere renegociar la Asociación Transpacífica. Ha formalizado sus alianzas en el teatro de operaciones Indo-Pacífico dando un contenido más operativo al acuerdo Quad (Estados Unidos, India, Japón, Australia) y firmando el acuerdo Aukus con Australia y Gran Bretaña. Esto es un éxito desde el punto de vista del imperialismo estadounidense, que también tiene el mayor ejército del mundo, una red de alianzas estatales sin parangón y 750 bases militares en 80 países.
China, en cambio, sólo tiene una base militar real en el extranjero, aunque cuente con muchos puertos en todo el mundo donde puede anclar su flota. Fuera de Eurasia, no tiene aliados fuertes, aunque sí tiene Estados clientes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que:
• Si la debacle afgana no supuso la retirada de Estados Unidos de la zona asiática, refuerza la posición de China en Asia Central. Estados Unidos tiene menos presencia en el continente euroasiático que China, que se está expandiendo considerablemente.
• Los aliados de Estados Unidos, como India y Japón, tienen sus propios intereses que defender frente a China, que no siempre corresponden con las prioridades de Washington.
• La Unión Europea ha desempeñado un papel importante en la consolidación del orden de la OMC en el pasado, pero tiene poco peso en las principales áreas de conflicto. Ni siquiera ofrece a Estados Unidos un aliado eficaz en el continente, especialmente cuando China y Rusia están aliadas. Europa Occidental, cuna del imperialismo tradicional, no es el centro de gravedad de Eurasia.
• A pesar de su supremacía militar mundial, Estados Unidos no tiene una posición fuerte en el Mar de China, que Pekín ha militarizado a costa de los países vecinos. La potencia de fuego de China en esta zona se multiplica por diez gracias a su proximidad geográfica, nunca lejos de sus costas, y a un sistema de transporte continental que le permite desplegar sus fuerzas rápidamente. Un conflicto militar en torno a Taiwán redundaría en beneficio de China.
Por supuesto, Washington tendría la opción de contraatacar en otro lugar cortando militarmente las líneas de suministro de Pekín, reduciendo su capacidad de utilizar la banca internacional, etc. Pero esto significaría comprometerse con un ataque militar a Taiwán - esto significaría entrar en un conflicto global con el riesgo de que el sistema económico se derrumbe. Objetivamente, ni China ni Estados Unidos tienen interés en un conflicto de este tipo. La guerra es poco probable, pero no es impensable. Siempre es posible un accidente, así como una crisis política o social en uno de los países implicados. La posición de Joe Biden es muy frágil, el trumpismo sigue siendo muy fuerte en EEUU. La posición de Xi Jinping no está consolidada, quizá sea más frágil de lo que parece.
Rusia se beneficia de su posición geoestratégica en Eurasia, de sus recursos energéticos, de su producción de armas, de su know-how en logística militar, de su flota de submarinos (mucho mayor que la de China), de sus sólidos puntos de apoyo en Oriente Medio (especialmente en Siria) y de sus redes de hackers. No es estrictamente una potencia del tercer mundo, se ha reforzado en su espacio geopolítico apoyando la brutal represión de las manifestaciones en Bielorrusia o Kazajistán, manteniendo dividida a Georgia, jugando al pulso por Ucrania y al asunto de la OTAN.... También puede competir con sus rivales en África, especialmente mediante la exportación de sus mercenarios (la organización Wagner) a cambio de beneficios económicos y políticos.
Rusia y China compiten entre sí, especialmente en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, pero también están unidos contra la Alianza Atlántica y la OTAN. En la situación actual, la alianza entre Pekín y Moscú tiende a consolidarse, aumentando la amenaza de un conflicto militar simultáneo en torno a Taiwán y en las fronteras de Europa oriental.
A Japón le preocupan directamente los dos "puntos calientes", la península de Corea y Taiwán. Tokio pretende, aprovechando este contexto, completar su política de rearme completo, emanciparse definitivamente de la cláusula pacifista de la Constitución japonesa y neutralizar la presión de una opinión pública antibélica. El papel del imperialismo japonés crece en el Pacífico Norte.
Las potencias imperialistas europeas, Alemania y Francia en primer lugar, se encontraron en una posición marginal con respecto al conflicto entre Estados Unidos y China. En general, se encuentran en una posición débil con respecto a las cuestiones internacionales. La Unión Europea está debilitada tanto por el Brexit como por el peso continuado de la pandemia en Europa Occidental, que compromete su lugar en la recuperación económica. Además, otra serie de contradicciones son obstáculos para que desempeñe un papel político correspondiente a su peso económico como tercer polo mundial.
La Unión Europea también depende en gran medida de las cadenas de valor internacionales y, además, Alemania depende de Rusia para su suministro energético (reforzado por la finalización del gasoducto Nordstream 2) y China ocupa un lugar importante en sus exportaciones].
Las principales preocupaciones de los dirigentes europeos, sobre todo alemanes, están en el Este y en la cuenca oriental del Mediterráneo, con la cuestión ucraniana, las relaciones dentro de una UE debilitada con el grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) cuyos regímenes juegan la carta de la contracción nacionalista con los regímenes autoritarios. Además, los líderes europeos pretenden tener una política independiente respecto a Rusia, con la que deben tratar la cuestión ucraniana.
Con respecto a Estados Unidos: si bien con la administración Biden ha aumentado aún más su ayuda militar a Ucrania (ocupa el tercer lugar en la ayuda militar estadounidense, después de Israel y Egipto), apoya, por el momento, la política de moderación exigida por Alemania al negarse a prolongar las sanciones destinadas a la puesta en marcha de Nordstream2. Además de la cuestión ucraniana, está el tema de la política turca. Mientras ejerce su máxima influencia como miembro de la OTAN, especialmente en apoyo del gobierno ucraniano, y busca el apoyo de Alemania, Turquía juega su propio juego en la cuenca oriental del Mediterráneo. Desempeña el papel de cerrojo policial contra el acceso de los inmigrantes a Europa, y busca desarrollar su propia independencia energética y su papel regional, a través de sus acuerdos con Libia y sus prospecciones de gas submarino, compitiendo con el proyecto EastMed Grecia/Israel/Chipre, que cuenta con el apoyo de Francia.
Francia, que tiene mucho menos peso económico frente a Europa del Este, Ucrania y Rusia, intenta compensar esta debilidad con su peso diplomático y su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero ya ha perdido gran parte de su peso en el Magreb; también está debilitada por la situación en las Antillas francesas y su toma de poder en Kanaky, y está igualmente debilitado en su zona tradicional de influencia en el África subsahariana. La retirada de Malí pone de manifiesto la incapacidad de sus fuerzas militares para asegurar los intereses imperialistas en una importante zona de suministro de materias primas. Además, en los últimos años, Alemania ha incrementado sus esfuerzos para participar también en el dispositivo militar en una región que, a pesar de los importantes intereses económicos en los próximos años, ya no es un refugio seguro para los intereses económicos europeos.
En general, las potencias regionales pueden jugar su propio juego y no sólo servir de relevo para Estados Unidos, China, Rusia y Japón. Aunque las relaciones de dominación Norte-Sur no han desaparecido, ni el Norte ni el Sur son hoy realidades homogéneas.
4. Eurasia y el Indo-Pacífico
El conflicto entre Estados Unidos y China se desarrolla en todos los continentes, pero no en las mismas formas ni con la misma intensidad. Según el continente y la zona oceánica, otros imperialismos y potencias regionales desempeñan papeles más o menos importantes. La historia política y el legado de los movimientos populares configuran la resistencia al orden neoliberal de diferentes maneras.
Sin embargo, la región euroasiática y la del Indio-Pacífico constituyen ahora un punto nodal en la economía y la geopolítica mundiales. Es allí donde se enfrentan todas las grandes potencias, incluso en el plano militar. La crisis coreana afecta muy directamente a Estados Unidos, Japón, Rusia y China. El Mar de China es una de las principales vías de comunicación económica del mundo, donde el derecho de navegación es objeto de constantes conflictos. A los arcos de bases estadounidenses que Washington pretende seguir controlando, China contesta con el despliegue de fuerzas navales en mar abierto. Los Estados insulares del Pacífico Sur son objeto de una intensa lucha por la influencia entre Estados Unidos, Australia, China (y Francia gracias a la permanencia de Kanaky-Nueva Caledonia en el redil colonial).
Oriente Medio. La relativa estabilidad de la situación en Oriente Medio puede ser sólo temporal. Puede dar paso rápidamente a una crisis "caliente", al menos en lo que se refiere a la cuestión de Irán [a desarrollar].
En América Latina, Estados Unidos mantiene el bloqueo económico y financiero de los gobiernos de Cuba y Venezuela, con los que mantiene la tradicional lucha ideológica. Mantiene sus bases militares en Colombia, mantiene su Cuarta Flota en el Atlántico Sur, realiza maniobras militares conjuntas con el ejército brasileño de Bolsonaro y continúa con su tradicional presencia económica y política en Centroamérica continental. En general, sin embargo, las grandes multinacionales estadounidenses se reparten cada vez más el mercado del "patio trasero" con bancos, industrias y empresas de telecomunicaciones de Europa, China, Corea e incluso India. Biden aprovecha las negociaciones con el gobierno mexicano para intentar que ese socio menor frene la ola migratoria de Centroamérica, el Caribe y el Sur. Bajo su liderazgo, EE.UU. ha puesto fin a las escaramuzas directas con Bolivia, Chile y Argentina, aunque las situaciones inestables en Perú, probablemente Chile y el polarizado Brasil, pueden dar lugar a nuevos movimientos intervencionistas.
[Falta una síntesis de la situación de África].
5. Por una renovación internacionalista
El internacionalismo es una expresión de solidaridad que constituye uno de los fundamentos esenciales de nuestro compromiso con la lucha por el socialismo. También es una necesidad estratégica. Nuestros adversarios operan a nivel mundial. Los retos a los que nos enfrentamos sólo pueden resolverse a escala internacional.
Contribuir a una renovación internacionalista es, pues, una de las principales responsabilidades de nuestra Internacional. Para ello, es necesario colaborar con todas las fuerzas que estén dispuestas a hacerlo oponiéndose a los imperialismos en todas partes, luchando por la "democracia real" en todas partes, defendiendo a los pueblos oprimidos en todas partes.
El "campismo" representa un gran obstáculo para la aplicación de ese internacionalismo. Al situarse en el plano de las relaciones entre Estados, antes que en el de la solidaridad entre los pueblos, conduce al sacrificio de las poblaciones víctimas de una gran potencia (en este caso China y Rusia) y de regímenes represivos (o movimientos contrarrevolucionarios), siempre que sean más o menos antiamericanos. Durante la Guerra Fría, y hasta finales de los años ochenta, el campismo llevó a las corrientes de izquierda a olvidar o justificar los crímenes de las burocracias soviética y china, defendiendo regímenes surgidos de revoluciones socialistas. En las dos últimas décadas, la necesaria movilización frente a las intervenciones imperialistas también llevó a algunos a silenciar el carácter reaccionario de los regímenes de Saddam Hussein, Bashar El Assad o Gadafi, ignorando la necesaria solidaridad con las corrientes democráticas de resistencia a estos regímenes y erigiendo a los dictadores en adalides de la lucha antiimperialista. Hoy, la historia se repite de forma caricaturesca y los regímenes de Putin y Xi Jinping encuentran verdaderos embajadores en los países occidentales, borrando el carácter Inter imperialista de los conflictos entre EUA, China y Rusia y excusando el carácter opresivo y dictatorial de estos regímenes, como si la necesidad de imponer los derechos democráticos no surgiera en estos países como en otros.
Con la pandemia de Covid-19, se ha puesto de manifiesto el coste desorbitado que estamos pagando como consecuencia del orden neoliberal y de las ganancias de las grandes farmacéuticas. Esta lección es válida para todas las epidemias, especialmente cuando Covid-19 no es la más mortífera. La lucha por el derecho a la salud ha adquirido realmente una dimensión internacional en torno a la exigencia de levantar las patentes de las vacunas contra el coronavirus y permitir que los países del Sur produzcan las vacunas y garanticen campañas de vacunación eficaces. Al autoritarismo que prevalece en la gestión de la crisis por parte de las clases dominantes, hay que oponer los principios de una política de democracia sanitaria que implique a las poblaciones en la definición y la aplicación de la salud comunitaria. A las corrientes oscurantistas que se alimentan de esta crisis, debemos oponer nuestra política alternativa, pero también contribuir a garantizar una información racional, donde el análisis se base en el estado del conocimiento científico (autocrítico).
Es urgente movilizarse para la reconstitución de un movimiento global contra la guerra. Aunque hoy podamos pensar que la guerra entre grandes potencias es improbable, no es inimaginable. La amenaza de guerra es en sí misma inaceptable, especialmente cuando adquiere una dimensión nuclear, como es el caso actual. En un momento de crisis climática, es totalmente irresponsable desplegar cientos de miles de soldados y toda la logística que ello conlleva: ¡el hecho de que el armamento sea uno de los sectores que no se tienen en cuenta en el cálculo de la predicción del calentamiento global es pura hipocresía! Confiar en la diplomacia para salvar la paz significa hipotecar el futuro y refrendar la idea de que los pueblos sólo pueden ser espectadores pasivos al final.
El sentimiento antibélico se ha reavivado en varios países (incluido Estados Unidos), sobre todo por la crisis afgana, pero la capacidad de acción antibélica coordinada a nivel internacional sigue estando muy por debajo de lo necesario. Tenemos que recuperar y revivir las mejores tradiciones de los poderosos movimientos antiguerra de los años 70. Los poderosos movimientos antibelicistas de los años 60 y 70 en Estados Unidos y Europa, y las movilizaciones contra el despliegue de los Pershing en los años 80, desempeñaron un papel fundamental para detener las escaladas militares y vigorizar los movimientos populares y juveniles de la época. Hoy en día hay fuerzas activistas vibrantes que se movilizan en muchos países contra la injusticia social, el calentamiento global y la discriminación racial y de género. También se está convirtiendo en una tarea militante urgente la construcción de un movimiento internacional contra la guerra que construya la solidaridad y ponga en primer plano los derechos de los pueblos amenazados por las intervenciones de los imperialismos competidores.
El tema de la migración y las fronteras ha adquirido proporciones sin precedentes. En Europa y América del Norte se levantan constantemente muros físicos, así como muros legales (detención de migrantes frente a sus costas por parte de Australia, acuerdos entre la Unión Europea y Turquía, etc.). La Europa fortaleza nunca ha merecido tanto su nombre con Frontex, una agencia con poderes exorbitantes y opacos.
Hay que hacer valer la solidaridad a ambos lados de los muros, para la protección de las poblaciones desplazadas, para el respeto de la libertad de circulación así como del derecho de asilo, que los gobiernos en cuestión ignoran deliberadamente (véase en particular la suerte de los refugiados sirios o afganos).
Los desplazamientos forzados de población son una consecuencia inevitable de la crisis global que atravesamos, que es en gran parte responsabilidad del orden dominante (alimentando la crisis ecológica y la precariedad generalizada). La gran mayoría de las migraciones son regionales (entre países del Sur) o incluso nacionales (dentro del mismo país). Esta es una realidad que el discurso anti migrante de los países del "centro" enmascara deliberadamente.
Los "muros" no sólo se construyen en los continentes. El derecho marítimo, configurado por los intereses de las potencias, multiplica las fronteras marítimas que privatizan y contribuyen a la militarización de los mares y océanos. El futuro ecológico del planeta y las consecuencias del calentamiento global se juegan en gran medida en los océanos. Los océanos deben (re)convertirse en un bien común, en espacios de cooperación internacional en beneficio de las poblaciones costeras que viven de la pesca y de la salvaguarda de la biodiversidad.
Opongamos a la política de seguridad impuesta por las potencias (en términos de poder) una política de seguridad basada en la solidaridad entre los pueblos y la primacía de los derechos. Para ello, contribuyamos a reforzar las alianzas entre los movimientos progresistas en todas las zonas de conflicto para afirmar la solidaridad más allá de las fronteras -como se hace entre pakistaníes e indios, por ejemplo, contra la amenaza nuclear-, desplegando estructuras de cooperación regional, en Europa del Este...
Contribuyamos a reforzar las tradiciones de apoyo mutuo entre estas redes regionales y movilicémoslas en común ante crisis especialmente importantes (Birmania).
Contribuyamos también a reforzar los movimientos de solidaridad hacia las poblaciones víctimas de catástrofes más o menos naturales (huracanes, terremotos...), de crisis sanitarias (pandemias...), de regímenes dictatoriales... o incluso de las tres cosas a la vez, garantizando la ayuda material y el apoyo político.
Más allá de las posiciones de principio, la renovación internacionalista sólo puede lograrse mediante múltiples movilizaciones y acciones concretas. Es mediante la participación en estas campañas concretas como el internacionalismo volverá a ser un bien común.
23 de marzo de 2022